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El hombre que era bueno en todo
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Al final, Agustín comprendió que la polivalencia no era ni un don ni una condena.
Era simplemente una energía, una posibilidad abierta que podía dispersarse o concentrarse, según la intención con la que la usara.
Durante años había confundido movimiento con avance, adaptabilidad con sabiduría. Había vivido respondiendo al entorno, dejando que la vida lo llevara de una cosa a otra sin detenerse a preguntar hacia dónde quería ir. (40 pág)